viernes, 5 de abril de 2013



El cristianismo del cambio de milenio.
Marta Fernández Pérez 02/04/2013

Algo que caracteriza a la cristiandad del cambio de milenio son los míticos temores del año 1000. Ahora bien, resulta de extrema importancia diferenciar la concepción teórica alrededor de esta fecha y la realidad de la sociedad medieval.

En cuanto a la situación en el continente europeo en torno al año 1000, sin duda no hay que dejar a un lado las hambrunas y epidemias, destacando el llamado Mal de los Ardientes en torno al año 997, así como las invasiones protagonizadas por normandos y húngaros y los conflictos entre guerreros y señores feudales.

Si bien esto es cierto, muchos de los hechos relacionados con posibles síntomas de la llegada del reino mesiánico que fueron recogidas por autores contemporáneos son posteriores a la fecha marcada. Es aquí donde no debemos olvidar la obra del gran historiador Georges Duby, que presentó en el año 1967 un interesante discurso sobre este acontecimiento, citando numerosas fuentes que marcan esta afirmación, tales como los escritos de Raoul Glaber y Ademar de Chabannes en relación a un cometa que se presenció en el 1040, como símbolo de fuego y futuros incendios (Duby, Georges , 1992:p.77); o Sigeberto de Gembloux que escribe acerca de un eclipse de sol (Duby, Georges , 1992:p.78); así como la interpretación de la simonía, que se acercaría más a lo que a continuación trataremos, que desde la óptica de Raoul Glaber presentaba un signo de inminente peligro (Duby, Georges , 1992:p.84).

Si nos referimos al mito o a las posturas teóricas en relación al mismo, una definición acertada del concepto milenarista fue dada por Andreu Grau i Arnau (2012: 157) por la que “el milenarismo es aquella doctrina, movimiento u orientación teológica cristiana, de carácter judaizante, según la cual, después de una primera resurrección de los justos, se establecerá, en este mundo, durante mil años, el reino mesiánico; una vez finalizado este periodo el Anticristo será soltado y atacará seriamente a los fieles por poco tiempo; después se dará su derrota definitiva, la segunda resurrección y el juicio Universal”.

La multiplicidad de teorías milenaristas es innegable, y pese a las mismas, no dejamos de encontrar como lugar común que este periodo traerá la salvación de los elegidos, la paz y la felicidad. No es de extrañar por tanto que esta venida sea recurrente en tiempos catastróficos o de conflictos permanentes en un determinado tiempo.

El soporte milenarista cristiano se encuentra en el capítulo 20 del Apocalipsis de San Juan, así como en los libros de Daniel y Ezequiel (Álvarez Palenzuela, Vicente Ángel, 1998:14), hecho que demuestra la influencia de la religión judía en la doctrina cristiana. El debate durante los primeros siglos del cristianismo lleva a una cierta conclusión con San Agustín por la que la venida de Cristo y de su reino al mundo no dejaría de ser una alegoría, en la que no se puede determinar la fecha exacta, entendiendo los 1000 años como un número perfecto.

Ya entrada la Alta Edad Media, y a pesar de que la corriente milenarista no sea tomada en cuenta por muchos autores en esta época, encontramos una voz discordante en Richard Landes (1992: 370-374), que presenta la toma en consideración de alusiones a este hecho en los escritos altomedievales a pesar de su limitada cantidad, entendiéndolo como la consecuencia de una política de cierto ocultamiento por parte de las autoridades.

Nuevas fechas serán presentadas por Beda el Venerable en relación a la coronación de Carlomagno. Ahora bien, todas estas posturas conllevarán la predicación únicamente en ciertos territorios, centrados en la zona norte de Francia y en la parte occidental de Alemania. Los males de la sociedad se interpretan como un castigo divino, que da lugar a una mayor religiosidad y proximidad a las enseñanzas y modos de vida de Jesucristo. A esto se unen la realidad social y política del periodo histórico al que nos referimos, con la inestabilidad de la jerarquía y organización eclesiástica y la necesidad de una profunda reforma de la Iglesia.

A pesar de su mínima repercusión, lo que debemos destacar de todos estos aspectos son las consecuencias que provocarán en la sociedad europea, como son el aumento de peregrinaciones y penitencias, o la expulsión de comunidades judías en algunos territorios. Según Duby, tras la fecha correspondiente al milenio de la pasión de Cristo, todas las actuaciones en relación a la purificación colectiva habían alcanzado su objetivo, iniciándose así un nuevo pacto entre Dios y los hombres que conllevaba una nueva primavera del mundo (Duby, Georges , 1992:p.127).

La intervención de la Iglesia en este momento es innegable, como en la búsqueda de soluciones de conflictos a nivel espiritual y temporal. Buen ejemplo de ello es la intervención en contra de la violencia que había surgido ante la nueva situación política y social. Empezando por el hecho de no poder ejercer la violencia en ciertos lugares, se llega a la paz de Dios y más tarde a la tregua de Dios. Esto no quiere decir que la Iglesia vaya en contra de la política feudal, sino que pretende defender un orden secular nuevo, ocupando el espacio dejado por el poder real, por lo tanto debemos entender la paz de Dios como “una nueva forma de regulación social en el contexto señorial, no se trata de luchar contra los señores feudales, sino limitar los problemas causados por las guerras privadas (…) llevando a cabo sanciones seculares o en el caso de no obtener ningún resultado, de sanciones espirituales como la excomunión” (Le Jan, Régine, 2007: 175).

El cambio de milenio y esta primavera del mundo traen un cambio, una renovación en diversos aspectos como las mejoras económicas, que se muestra en cambios fomentados por el poder político y eclesiástico, que tendrá su mayor exponente en la reforma gregoriana, con transformaciones en la organización eclesiástica y la fundación de nuevos monasterios y la reforma cluniacense.

Para situarnos en la situación previa a la reforma gregoriana debemos tener en cuenta el debilitamiento del imperio carolingio, que provoca que “la sociedad feudal que aparece en el siglo X lleve al extremo el principio sobre el que reposaba el sistema carolingio, las relaciones de fidelidad” (Le Jan, Régine, 2007: 165). El desarrollo del sistema feudal provoca la pérdida de la protección del monarca a la Iglesia, por la que ésta, si lo consideramos a nivel territorial, comienza a estar bajo el poder de la nobleza. Si tratamos el pontificado, éste queda como consecuencia de la inestabilidad imperial, en manos de las grandes familias romanas.

El espíritu de reforma de la Iglesia está apoyado por los grandes obispos y señores temporales, en este caso, en los gobernantes del Imperio otónida. Otón I es coronado por el papa Juan XII, por lo que el emperador entiende que ha sido elegido por el pontífice para proteger al papado y a la sociedad cristiana. La posición tomada por Otón junto a la elaboración en la cancillería imperial del Privilegium Ottonianum tiene como resultado la expulsión y elección de un nuevo papa por parte del emperador, lo que podríamos entender como un reflejo de que si bien el pontificado dejará poco a poco de estar controlado por las grandes familias romanas, comenzará a depender del Imperio.

Otón III es coronado el 21 de mayo de 996 emperador por su tío, el papa Gregorio V, lo que muestra hasta qué punto el papado estaba supeditado al Imperio, ya que los pontífices pertenecen al entorno del emperador, como es el caso del propio Gregorio V o de Silvestre II, preceptor del emperador y pontífice durante el cambio de milenio. La muerte de Otón II en el 1002 conlleva una nueva con la ausencia de mandatarios imperiales con poder real y el deseo de transformación del papado.

La formación del derecho canónico que se inicia en este momento, cuando se va a dar una estructura dentro de la Iglesia. Anteriormente, había normas canónicas y legislativas que se usaban en la Iglesia, provenientes en su mayoría de cánones conciliares. El problema se debe al marco espacial y temporal de los mismos.
Los primeros Intentos de reforma aparecen por parte de monjes reformistas con una gran formación y en general alrededor de Cluny. Van a contar con el apoyo del poder imperial alemán, que buscan limpiar el estado en el que se encuentra la Iglesia y depurarla en la medida de lo posible. Este movimiento reformista entre el 1050 y hasta 1150 encontramos los principales momentos de esta reforma. Los puntos principales sobre los que debe actuar esta reforma son:

  • ·      Intromisiones laicas: la aparición de nuevas formas de gobierno propiciaron la ocupación de bienes de las iglesias y monasterios con los patronatos laicos. Los nuevos señores suceden al rey como protectores de los monasterios, por lo que comienzan a disfrutar de los beneficios eclesiásticos como propios, utilizándolos en numerosas ocasiones con el fin de distribuirlos entre sus vasallos a modo de beneficium. Por otro lado las investiduras laicas, entendidas por los reformadores gregorianos como la causa de todos los males que adolecen a la Iglesia en este siglo, se inscriben en la tradición carolingia de una iglesia asociada al ministerium real (Le Jan, Régine, 2007:173). 
  • ·     Simonía: este término, que surge del intento de compra a San Pedro de su poder sagrado por parte de Simón el mago, es uno de los abusos utilizados en mayor medida por los nuevos poderes políticos. 
  • ·    Nicolaísmo: que corresponde a cualquiera de los vicios del clero, como el matrimonio, el concubinato o la homosexualidad especialmente en ámbitos monásticos.
La reforma sigue siendo apoyada por el emperador alemán llevándose a cabo diversos sínodos con el fin de acabar con problemas internos en la organización eclesiástica, tales como el de Pavía de 1022 de Benedicto VIII, que va a ser el punto inicial de la reforma, donde se condene el matrimonio sacerdotal.

La política imperial no deja de entrar en una contradicción. Si nos fijamos en la figura de Enrique III (1039-1056) no podemos dejar de observar que su apoyo a la reforma choca con sus concesiones a los obispos alemanes del poder temporal y espiritual, mediante la investidura por la cruz y por el anillo, así como su oposición a pontífices y su por pontífices apoyados por él: Clemente II, León IX y Víctor II (Le Goff, Jacques, 2002 :80), o la convocación del Sínodo de Sutri de 1026, en el que se condenó la simonía, con claras aspiraciones cesarópapistas.

La elección de León X en el 1049 se sitúa en la afirmación de una necesidad de cambio en la posición del papado, así como la separación cada vez más clara de las iglesias de Occidente y Oriente. Desde el momento en el que el pontificado había caído bajo la total dependencia del emperador, el pontificado había perdido parte de su posición frente al Imperio Bizantino. El debate desde el pontificado romano sobre el celibato necesario para los clérigos choca frontalmente con la Iglesia bizantina, así como ciertas diferencias doctrinales y en materia de liturgia. A este hecho se le une la necesidad de separarse de una Iglesia que aceptaba el cesaropapismo del emperador oriental, si la reforma del pontificado quería hacerse efectiva. Con León IX se lleva a convocatorias de conflicto a través de obispos y concilios reformadores en Alemania, Francia e Italia. El legado papal enviado a Bizancio excomulga a Miguel Cerulario en Santa Sofía, quien a continuación excomulga al legado papal y al papa.

El inicio de la separación de los poderes temporales que ya había iniciado León IX continúa con la decisión de Nicolás II, personaje que formaba parte del círculo de Lorena de tendencia reformadora,  en el 1059 de establecer como electores del papa a los cardenales, cuando hasta ese momento el pontífice había sido elegido por aclamación del pueblo de Roma, o por la aristocracia romana, o por los emperadores con la restauración otónida. Encontramos aquí otro paso en el intento de autonomía de Roma, mediante la eliminación de las intromisiones laicas de cualquier poder político mediante la forma canónica de elección pontificia.

La elección de Alejandro II en el 1061 tras el conflicto con el Imperio y la sublevación interna alemana que favoreció a la reforma del papado, ayuda a crear la imagen de un pontificado libre e independiente, con el envío de delegados que van a presentar esa posición.

Esta intensa reforma ya iniciada, tendrá su mayor exponente en la figura de Gregorio VII y sus sucesores. Por el Dictatus Papae, establecerá el carácter de institución divina del papado, así como la organización centralizadora eclesiástica. La actitud de los pontífices y la supremacía del papado llevará al conflicto de las Investiduras.

Bibliografía utilizada


  • Álvarez Palenzuela, Vicenten Ángel : “Milenarismos y milenaristas en la Edad Media: Una perspectiva general”, en Milenarismos y milenaristas en la Europa Medieval: IX Semana de Estudios Medievales, Nájera (1998), pp. 11-31.
  • Duby, Georges: El Año Mil. Una nueva y diferente visión de un momento crucial de la historia, Barcelona, Editorial Gedisa,1992.
  • Grau i Arau, Arnau: “Milenarismo, espiritualismo y reforma eclesiástica en la Baja Edad Media”, eMirabilia 14: Mística y Milenarismo en la Edad Media, (Enero-Julio, 2012).
  • Landes, Richard: Millenarismus adsconditus: L’historiographie augustinienne et le millenarisme du Haut Moyen Âge jusqu’au l’an Mil, Le Moyen Âge, nº98, 1992, pp.355-377.
  • Le Goff, Jacques: La Baja Edad Media,  Madrid, Siglo XXI, 2002.
  • Le Jan, Régine: Histoire de la France. Origines et premier essor (480-1180), París, Hachette, 2007.


1 comentario:

  1. En general buen trabajo, aunque algunos aspectos queden apenas esbozados y muy desdibujados con respecto a otros mucho más desarrollados y en los que se ha profundizado por medio de la bibliografía. Así, toda la primera parte está muy ampliada, lo cual es muy positivo, con una buena utilización de bibliografía al respecto. Sin embargo, la segunda parte, especialmente lo relativo a los orígenes y al inicio de la reforma gregoriana, queda apenas esbozado y completamente dejado de la mano de la bibliografía. Salvo algunas citas a Régine Le Jan o Le Goff en su parte inicial. Eso hace que quede un tanto desquilibrado y que le reste algo de calidad.
    Hay también algún error en el texto, o cosas que no se han explicado bien y parecen errores. Así, por ejemplo, se indica que Beda el Venerable presenta "nuevas fechas (apocalípticas) (...) en relación a la coronación de Carlomagno". Cuáles son esas, parece como si hicese relación a esa coronación, lo cual sería una profecía en sí pues Beda murió en el 735, siete años antes de que naciese Carlos y sesenta y cinco antes de la coronación imperial. Queda muy poco claro. Asimismo, Otón no se considera elegido por el papado, sino por Dios. Él es encargado de proteger a la sociedad cristiana por la divinidad y por ello protege también al papado.
    Hay también algún error que denota una falta de revisión así, se dice "convocación" para el sínodo de Sutri, en vez de convocatoria.
    En general, pues, buen trabajo pero con ciertos errores que conviene revisar.

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