Antonio Jorge
Hernández González
Las órdenes
mendicantes:
La respuesta a esos
cambios sociales, a esa nueva sociedad con una riqueza presente y visible se
adecua poco con la situación ideal del cristianismo. Estas nuevas órdenes
aportan nuevas visiones sobre la pobreza voluntaria. Dentro de estas las más
importantes serán los dominicos y franciscanos. Sus principales esencias serán
la pobreza y la predicación. Asimismo,
otorgan un valor espiritual al trabajo, renuncian a los bienes y a las
propiedades y ven en el trabajo una forma de salvación. Lo novedoso de estas
órdenes está en su afán por vivir en la sociedad, instalándose preferentemente
en el ámbito urbano, rompiendo con la tónica anterior.
Dominicos:
El español santo
Domingo de Guzmán o de Caleruega (1170-1221) fundó la orden de los Frailes
Predicadores entre los años 1204-1216. Había sido canónigo regular en Osma y
tenía buena formación en teología (Universidad o Estudio de Palencia). Trató en
diversas ocasiones de atajar la herejía cátara en el sur de Francia, para ello
decidió fundar en 1206 un convento de monjas en Prouille, bajo la regla
cisterciense. Allí acogía a doncellas conversas. Esta visión de la herejía fue
lo que le llevó a insistir en la importancia de la predicación. Para poder desarrollar
esta actividad con garantías confiaba plenamente en la instrucción y en el
profundo conocimiento de la teología. En
Fanjeaux proyectó la fundación de una orden en 1214. Al año siguiente abrió su primera casa en
Toulouse con permiso del obispo Fulco. Domingo y sus compañeros decidieron
seguir la regla de San Agustín, con la finalidad de que el pontífice Honorio
III aceptase la fundación, quien accedió mediante las bulas de 1216 y 1217. El
santo fijó su sede en Roma pero posteriormente viajó a España para fundar sedes
en multitud de ciudades.
Esta orden mezcla la
vida activa con la contemplación. El
fraile debía recitar el oficio divino, dedicar un tiempo diario a la
meditación, practicar la penitencia con ayunos y mortificaciones y vivir la pobreza. Además debía de realizar
su vocación mediante la acción y el
servicio: predicación, evangelización, enseñanza, dirección capitular. La mayor autoridad era el capítulo general,
que se congregaba anualmente, compuesto por los religiosos diputados por los
frailes de los conventos y con poder de ordenar y corregir. El maestro general
era designado por el capítulo, representaba a la orden y aplicaba las
decisiones del capítulo. En 1221 la orden se dividía en ocho provincias: Roma,
Lombardía, Provenza, Francia, Alemania, Inglaterra, España y Hungría.
Franciscanos:
San Francisco de Asís (1181-1226),
comerciante de la Toscana, zona en ebullición cultural y política, fue el
fundador de la Orden de los Frailes Menores. En este entorno de pugnas
políticas y lucha entre las oligarquías se desarrolló su juventud. Sin embargo,
se produce una transformación. Francisco buscará desde entonces alejarse de la
sociedad y la desvinculación de cualquier forma de ambición terrena y la
pobreza voluntaria busca romper con la sociedad y alcanzar la vida
apostólica. En 1208 se reunió con sus
primeros compañeros en la Porciúncula para vivir en humildad y pobreza. Ahora
la pobreza se ve con una actitud más alegre, se deja de ver la vida cristiana
como un valle de lágrimas. En el primer capítulo de la orden, en 1217, ya se
congregaban 5.000 frailes. Después de varias redacciones de la regla ésta fue
aprobada por el papa Honorio III en 1223.
Más que una orden era un espíritu y un ideal, aunque mantenía la vida
comunitaria, los votos de pobreza, castidad y obediencia y a dependencia de la
sede de Roma. También fundó la orden de las Clarisas, cuando en 1212, Santa
Clara se estableció en la ermita de San Damián para vivir con sus compañeras
para vivir el espíritu franciscano. Asimismo, aceptó a los seglares, casados y
profesionales que quisieron vivir este ideal y dedicarse a la penitencia,
oración y obras de misericordia. En 1222 el cardenal Ugolino estableció el
reglamento de la tercera orden a partir de los escritos del santo. Su
organización era similar a la de los
Dominicos, con capítulos generales anuales y un ministro general. Cada
provincia se dividía en custodias y éstas en conventos y eremitorios.
Las órdenes y el
pontificado:
Estas órdenes muestran
desde el principio una clara intención de integración dentro de la Iglesia. El
problema surgirá a partir del IV
Concilio de Letrán, en el que no se admiten nuevas reglas. Es por ello por lo
que se ven obligados a acogerse a alguna de las anteriores. Así nos encontramos
con que los dominicos acogen la regla agustina. En la orden franciscana surgen
más problemas pues ninguna convence a su fundador.
Estas nuevas órdenes
contarán desde sus orígenes con un gran apoyo popular, ya que aportan una
visión mucho más cercana de la religión cristiana. Esta visión se presenta
también como algo deseable que engarzaría con los anhelos del finales del s. X
de la vuelta a ese cristianismo primitivo. Los mismos fundadores contarán con
un rapidísimo reconocimiento siendo canonizados muy poco después de su muerte.
Los rasgos
definitorios de estas órdenes:
Son principalmente la pobreza y la predicación. Se
predica con el ejemplo, con un ejemplo visible para toda la sociedad. No
obstante se puede decir que los franciscanos insisten más en la pobreza,
mientras que los dominicos lo hacen en la predicación. En ambos casos se puede
comprobar que contaban con un fuerte espíritu de integración, pues cualquiera
podía entrar en ellas aún sin contar con los votos.
Por otro lado, se puede
destacar su labor social. En muchos casos sus conventos acaban convertidos en
albergues, hospitales. Además son bien vistos por el conjunto de la población,
pues a los más pudientes se les da la posibilidad de alcanzar la salvación mediante
la ayuda económica, integrando así a las clases más adineradas, y estableciendo
el concepto de caridad.
En las mismas también
se puede comprobar un amplio protagonismo femenino (anteriormente se expuso la
aparición de un convento femenino aún antes que el masculino). Este
protagonismo también se comprueba en el culto mariano, extendido por toda
Europa gracias a estas órdenes. (sobre todo los franciscanos).
La preocupación por la formación intelectual es
constante y capital en estas instituciones, ya que para ellas era un arma
fundamental en la predicación. Como ya se dijo anteriormente, en este aspecto
destacan los dominicos, quienes llegan a ostentar en muchas ocasiones cátedras
en las universidades (especialmente las de Teología).
El éxito social de
estas órdenes viene marcado por lo que ofrecen al conjunto de la población. A
los ricos ofrecen la salvación y a los pobres la supervivencia. Del mismo modo,
contaron con apoyo de los poderes soberanos, que se encontraban en una fase de
expansión y que no dudaron en aprovechar las órdenes como medio para mostrar su
religiosidad. Así nos encontramos con multitud de fundaciones que parten de la monarquía o de la nobleza.
Además de estas dos
grandes órdenes, encontramos una multitud de pequeñas órdenes que siguiendo el
ejemplo de estas se acogen a diversas reglas. Muchas desaparecen, otras
continúan y otras se engloban en mayores corporaciones. De entre ellas podemos
destacar:
- Carmelita: orden que se funda en el Monte Carmelo en Tierra Santa. Se basa en el propio libro de la Biblia. Eran agrupaciones que contaban con rasgos cenobíticos y eremitas. Los asentamientos occidentales en el monte datan del siglo XII. A partir de comienzos del XIII, más exactamente en 1209, serán dotados de una regla por el Patriarca de Jerusalén. La regla se expandió posteriormente por tierras latinas y sus características más destacables son la pobreza voluntaria y la vida en retiro.
- Agustinos: se asemejan al grupo anterior. Se trata de una fusión de grupos eremíticos italianos. Diversos grupos de eremitas de Lombardía y Toscana se reunieron para elevar una petición al Papa Inocencio IV, para que les dotase de una regla. Así se creó la orden religiosa, cuya creación data de 1243. Muestran rasgos cenobíticos. Tres años más tarde de su fundación, con una nueva bula se aumenta el número de adeptos a la orden, gracias a la incorporación de nuevos grupos.
- Jerónimos: es la orden más tardía y la que cuenta con una mayor presencia en la Península Ibérica. Su origen es similar al de las dos anteriores. Se produce una unión de grupos eremíticos con el fin de crear una orden mendicante, cuya esencia será la práctica de una vida cenobítica. No siempre se encontrarán en zonas urbanas, pero sí en la mayoría de los casos. Solicitarán verse sujetos a una regla, consiguiéndolo en 1373, gracias a la aprobación de Gregorio XI (siguen la regla agustina). Un rasgo destacable es su muy temprana unión con la monarquía castellana, con fundaciones como Nuestra Señora de Guadalupe, San Jerónimo el Real.
La explosión
herética:
Durante el siglo XII
las herejías van en aumento, llegando a existir una auténtica sensación de
amenaza. Estos movimientos heterodoxos se extienden rápidamente, tanto en zonas
urbanas como rurales. Destacan las regiones de Renania, Países Bajos, Italia o
el Languedoc.
Probablemente en estas
zonas la reforma gregoriana hubiese tenido una escasa incidencia, factor que se
puede relacionar con los cambios económicos y la expansión y desarrollo de las
vías comerciales. Estas vías también servirían para expandir estos movimientos
heréticos por distintas regiones europeas.
Se puede comprobar la
continuidad de las herejías sociales, aunque se destaca la existencia y
aparición de nuevos fenómenos. Entre ellos podemos destacar a los Valdenses,
los humiliati, los cátaros y las herejías milenaristas.
Las herejías sociales
continúan en vigor debido a las marcadas diferencias sociales, a la importancia
de la pobreza, y, sobre todo, a los anhelos de la vuelta del cristianismo
primitivo. Se produce una continuidad de las mismas, que acabarán incurriendo
en desviaciones de rito y que conducen a cambios doctrinales.
Herejía
Valdense:
Pedro Valdo se considera su fundador. Se trata de la castellanización del término
franco-borgoñés. Proviene de la zona de Lyon. Fue un comerciante que decidió
abandonar sus posesiones y adentrarse en la pobreza voluntaria. Fue el
verdadero precursor de San Francisco de Asís. Su conversión se produjo en 1173,
cuando mediante una rígida aplicación del pasaje evangélico (Mt. 19, 21),
abandonó a su familia y sus bienes y se lanzó con un grupo de compañeros por
los caminos de la más absoluta pobreza y de la predicación. Fue recibido por el
papa Alejandro III en el III Concilio de Letrán (1174) donde vio recomendada su
forma de vida, pero sólo se le permitió predicar con permiso de la autoridad
eclesiástica correspondiente. En este
caso fue el nuevo arzobispo de Lyon, Jean Bellemain quien se opuso a su
predicación No se conoce bien la
evolución del valdismo desde entonces, pero sí se sabe que en 1184 la Iglesia
condenó a los valdenses (los pobres de Lyon) como herejes, junto con los
cátaros, arnaldistas y patarinos. Se considera que sus hermanos del norte de
Italia eran los llamados Humiliati o pobres de Lombardía. El valdismo, aunque a
un escaso nivel, pervivió más allá de los límites del Medievo. Llegará hasta la
reforma luterana, perviviendo hasta la actualidad como una Iglesia evangélica.
Esta Iglesia se
caracteriza por la existencia de predicadores, denominados barbas. Tienen una
profunda creencia en el sacerdocio universal. Sus predicadores predican con el
ejemplo. Sus votos abarcan la pobreza evangélica, el celibato (hasta la
reforma), y la vida en comunidad sin buscar el enriquecimiento. Son
iconoclastas, y desde el siglo XVI se fueron alejando paulatinamente de los
sacramentos, rechazando el bautismo.
Humiliati:
Movimiento laico
similar al de los valdenses, que floreció entre los artesanos y el populacho de
las comunas de Milán y Lombardía. Se trataba de un grupo heterogéneo dentro de
la pobreza voluntaria. A mediados del siglo XII nos encontramos con muchos
predicadores por toda Italia. Para ellos la pobreza es una imposición, no una
meta al alcance los más dignos. Los más radicalizados acabaron asaltando y
adueñándose de bienes eclesiásticos, con el fin de repartirlos entre los más
pobres. Se trata en todo caso de grupos menores, mucho menos organizados que
los valdenses, lo que hizo que fuera mucho más fácil combatirlos.
Herejías
milenaristas:
La creencia
cercana en el fin de los tiempos tiene durante este siglo XII y XIII un nuevo
apogeo. En algunos casos parte desde el seno de la Iglesia.
Joaquinismo:
Joaquín de Fiore, monje del sur de Italia, fundador de la nueva orden, los
florentinos. Muere en 1202. Su influencia se expande gracias a obras como Expositio in Apocalypsim Concordia Novi et
Veteris Testamenti, en la que aparece como el gran reformador de la
filosofía cristiana. Aquí parte de la base de las tres personas de la Trinidad
y aborda la historia del mundo dividiéndola en tres grandes edades.
-
- La del Padre: se corresponde con el Antiguo Testamento, se inició con Adán y fue el tiempo de los laicos.
- La del Hijo: que tuvo su preparación desde la época del rey Ozías y fructificó con Cristo, fue el tiempo de los clérigos.
- La del Espíritu Santo: que apuntó ya desde época de San Benito y que fructificará a partir de 1260 y se prolongará hasta el fin de los tiempos. Será una época protagonizada por las órdenes religiosas, tiempo de caridad y de paz en la que dominará la libertad y la Iglesia será puramente espiritual.
La condena de su pensamiento, habida cuenta de su
acérrima lucha contra la herejía y los cismas de su época, fue más tardía y se
hizo a partir de las interpretaciones que de él dio Gerardo di Borgo San
Donnino.
Los
Hermanos del Libre Espíritu: También fueron llamados
de la penitencia o pobres de Cristo tienen un origen oscuro. Se sabe que sobre
ellos ejercieron una notable influencia el ideal franciscano de la pobreza como
las ideas proféticas de Joaquim de Fiore. Su principal aportación era doctrina
de la libertad espiritual. Según la misma, cuando el alma humana alcanza la
perfección espiritual acaba fundiéndose con Dios. Desde este momento ya no hay
pecado mortal, ni dogma, no por supuesto jerarquía eclesiástica. Se puede decir
por lo tanto que tenían un cierto carácter quietista. Se sabe que practicaron
la flagelación y que entre ellos eran frecuentes las danzas y el éxtasis. La
Iglesia decidió perseguirlos, acusándolos de herejes. (destacar la obra de
Margarita Porete, Espejo de las almas sencillas en la que se abarca esta
temática. Su autora acabó en la hoguera en París en 1310.)
Espirituales
y Fraticeli: Las divisiones en el seno de la orden
franciscana se agudizaron tras la muerte de Francisco y sobre todo, con el
hermano Elías, que gobernó la orden hasta 1239. Este último personaje encaminó
la orden por la senda de la fastuosidad, simbolizada en la construcción de la
suntuosa basílica de San Francisco en Asís. Con ello consiguió abrir más la
brecha entre los dos grupos de la orden.
Durante la segunda mitad del siglo estas oposiciones se agudizaron y las
dos tendencias se constituyeron en facciones enemigas. Surgen así los Conventuali (conventuales) que aceptaron seguir la regla
interpretada y completada por las bulas papales que siguieron atenuando la
práctica de la pobreza, mientras que sus adeversarios, los Spirituali (espirituales) sobre todo en Provenza y Fraticelli, principalmente en Italia, se
impreganaban cada vez más con las ideas mileniaristas de Joaquín de Fiore y se
volvían cada vez más radicales con la austeridad y pobreza. Con ello se fueron
alejando de Roma y finalmente fueron delcarados herejes. Aunque los
espirituales sobrevivieron hasta fines del siglo XV, se puede decir que la
querella franciscana fue zanjada desde 1322 por Juan XXII, alejándose de la
postura más radical y por tanto de los espirituales o fraticeli.
La herejía
Cátara:
Es la herejía más
destacada debido a su extensión e importancia. El término Cátaros (puros en griego) aparece desde el primer concilio de
Nicea. Su uso durante la plena y baja Edad Media sirvió para designar a los
herejes más peligrosos y temidos de la cristiandad. Para designarlos también se
usaron otros términos como albigenses (villa de Albi) o maniqueos. Realmente
fue el monje Eckbert de SchÖnau el primero en denunciar la existencia de una
secta, a la que califica como “herejes”, en los territorios del Imperio.
Asimismo, explica que ellos se autodenominaban Cátaros, que significa puros, ya
que decían observar rigurosamente la práctica de la ascesis. La herejía tuvo
más éxito en la región del languedoc, al sur de Francia.
Se trata de un
cristianismo distinto, en el que se resumen corrientes heréticas antiguas como
el maniqueísmo, que llega debido a las influencias orientales de la mano de los
bogomilitas y el comercio.
Se caracterizan por el
recurso a la vida ascética, la oposición o rechazo a la jerarquía, a los
sacramentos y al latín como idioma litúrgico.
Crearon su propia Iglesia y se organizan de
forma autónoma, arrogándose el calificativo de la verdadera Iglesia o de los
Apóstoles (la otra era denominada como “Iglesia de lobos” debido a su falsedad
y a la traición de los principios del evangelio). Se basan en sus propias
creencias, sus fieles, sus perfectos y sus obispos. Se dividen en: Oyentes, la
mayoría de los participantes escucha las prédicas pero no se une como creyente.
Los Creyentes, no reciben el consolamentum,
y tampoco tienen exigencias en cuanto a la vida ascética como los perfectos, a
quienes deben respetar. Los Perfectos, reciben el consolamentum, pasan a una vida distinta. Son también denominados Boni Homines. Viven de forma doméstica,
rechazan el sexo, no comen carne y si pescado. Total abstinencia ante la
violencia. Los Perfectos se dividen en Diáconos y Obispos. Estos últimos eran
los jerarcas máximos, que después de haber sido nombrados por otros obispos, se
encargaban de los asuntos temporales y financieros de la Iglesia. Además,
administraban el consolamentum (sacramento
de iniciación), presidían las ceremonias y predicaban el evangelio. En sus
labores eran ayudados por los diáconos, que asumían tareas episcopales en
ausencia del titular de la diócesis y usualmente a la muerte del obispo eran
consagrados para reemplazarlos. Se sabe que la Iglesia cátara se organizó en
torno a cuatro obispados, siendo cada uno autónomo. El primero fue establecido
en Albi, de ahí el calificativo de albigenses.
El consolamentum era impartido por un obispo, un diácono u otro
perfecto. Se trataba de una ceremonia en la que el candidato a perfecto se arrepentía de sus
faltas, se comprometía a vivir en castidad, a no comer carnes ni leche, a no
mentir ni prestar juramento, a no abandonar la Iglesia, a no blasfemar, no matar
y seguir los mandados del evangelio. Si era aceptado, se le bautizaba,
confirmaba, perdonaba y ordenaba como clérigo.
Esta nueva Iglesia
contaba con un claro componente dualista
que se basaría en las experiencias gnósticas
comunes a distintas sectas del cristianismo, para quienes la redención
de Cristo se había basado
fundamentalmente en enseñar al hombre
cómo liberarse de su componente material
(el cuerpo, visto como algo malo) en el que estaría enterrado el componente
espiritual (el alma, lo bueno).
Bibliografía
utilizada:
-
DAWSON, Christopher, La religión y el
origen de la cultura occidental, Madrid, Encuentro, 2010.
-
GARCÍA CORTÁZAR, José Ángel, Cristianismo marginado: rebeldes, excluídos,
perseguidos. II. Del año 1000 al 1500, Aguilar del Campoo (Palencia),
Fundación Santa María la Real.
-
JIMÉNEZ SÁNCHEZ, Pilar, “El catarismo:
nuevas perspectivas sobre sus orígenes y su implantación en la Cristiandad
occidental”, Clio y Crimen, nº 1,
(2004), pp. 135-163.
-
LE GOFF, Jacques, San Francisco de Asís, Madrid, Akal, 2003.
- MITRE FERNÁNDEZ, Emilio, Las herejías medievales de Oriente y
Occidente, Madrid, Arco Libros, 2000.
- NIETO SORIA, José Manuel., SANZ SANCHO,
Iluminado, La época medieval: Iglesia y
Cultura, Madrid, Istmo, 2002.
Buen y extenso trabajo. Ampliando, además, lo dicho en clase en cuestiones relevantes en las que no hemos tenido tiempo de entrar.
ResponderEliminarCabe hacer sólo alguna crítica de forma. Así, por ejemplo, cuando se utiliza información ampliada (la organización institucional de la orden dominica, por ejemplo) no se cita en el momento el origen. Dado que se completa (buen trabajo en ese sentido) hay que indicar de dónde se ha obtenido la información también en el momento de utilizarla, no sólo en la bibliografía (aquí con el sistema Harvard, por ejemplo).
Una última cuestión: no es franco-borgoñés, sino franco-borgoñón, aunque la lengua es franco-provenzal o arpitano, que era la que se hablaba en el borgoñón franco condado.
En conclusión bastante buen trabajo.