martes, 30 de abril de 2013


LAS NUEVAS INQUIETUDES INTELECTUALES (SIGLO XI), Y LA IGLESIA DEL DOMINIUM MUNDI.


Las nuevas inquietudes intelectuales
Para poder comprender, en toda su magnitud, la naturaleza del mundo intelectual propio del Occidente europeo del siglo XI, resultaría imprescindible reseñar los fundamentos teóricos que conforman el pensamiento del que quizás haya pasado a la Historia como el principal promotor de los postulados básicos que caracterizarían el cambio intelectual de la centuria siguiente en el marco del denominado Renacimiento del siglo XII: Gerberto de Aurillac, papa electo con el nombre de Silvestre II.

El siglo de Gerberto de Aurillac (Silvestre II)
Surgido en la escena política europea de la segunda mitad del siglo X como un ferviente partidario de la supremacía imperial sobre el Papado romano, Gerberto desarrollaría su labor (en un principio, estrictamente eclesiástica) al amparo del emperador Otón II, quien no dudaría en designar a Gerberto como preceptor de su propio hijo (futuro Otón III).

Aprovechando la ventajosa coyuntura en que la estima imperial le había situado, Gerberto le transmitiría al príncipe Otón su cosmovisión política, la cual abogaba por la existencia de un único soberano universal (ideal del dominium mundi) cuyos deberes estribaban en la justa ponderación y ejercicio de la prerrogativa de regir a los hombres acatando para ello, en todo momento, la superioridad de la Razón (emanación de Dios mismo) como elemento legitimador de su gobierno. Las enseñanzas de Gerberto, inspiradas esencialmente por Aristóteles, impresionarían vivamente al joven pupilo, el cual, una vez verificada su asunción de la corona imperial, trataría por todos los medios de llevarlas a la práctica en el convulso contexto político de la Italia del siglo X. Considerando Otón III que el régimen de gobierno más próximo al pensamiento político de Gerberto resultaba ser el Imperio romano, se afanó en restablecer en su conjunto el poder romano como objetivo primordial de su reinado, instaurando oficialmente la corte imperial en Roma y concibiendo la existencia del Papado como un sujeto que debía permanecer supeditado a la autoridad religiosa del emperador como primer representante de Dios en la Tierra que éste era realmente (desde la óptica de Gerberto). Para situar a la Iglesia bajo su férula, Otón III terminaría por impulsar la elección del propio Gerberto como sucesor del difunto Gregorio V (fallecido, por otra parte, en extrañas circunstancias). No obstante, el proyecto imperial de Otón III fracasaría merced a la rebelión de la plebe romana que le forzó a emprender la huída de la Ciudad Eterna en compañía de Silvestre II, a quien únicamente le permitiría regresar el Sacro Colegio una vez fallecido el emperador.

Gran conocedor de la ciencia musulmana a través de Al-Ándalus (permaneció en la corte califal cordobesa alrededor de cuatro años, durante los cuales aprovechó para absorber todos los conocimientos posibles), compuso tratados de matemáticas y lógica, llegando incluso a confeccionar un tipo de ábaco que llegó a conocer una amplísima difusión en la Europa medieval. Asimismo, es el responsable de la introducción del sistema decimal en los cálculos matemáticos en el Occidente cristiano mediante una bula papal que sancionaba la obligatoriedad de su uso en los monasterios.

En una línea de trabajo análoga a la postulada por Gerberto, aunque no coincidente con la de éste en múltiples aspectos, Abón de Fleury llevará a cabo una labor docente y científica que redundará directamente en la formación de una serie de intelectuales cuya intervención sería de trascendental relevancia en el contexto de la germinación del Renacimiento del siglo XII. Sus obras, inspiradas por la concepción de que la razón, aun resultando de ostensible utilidad a la hora de tratar de comprender la naturaleza y la esencia fundamental de la verdad divina, no puede facilitarnos sino tan sólo una mínima parte del conocimiento de ésta, estribarían fundamentalmente en el análisis racional (y por ende, matemático) de las siete artes liberales.
A medida que se vayan aproximando los prolegómenos del siglo XI, Europa Occidental comenzará a experimentar una nueva mejoría, confirmándose la circunstancia intelectual de que, en efecto, se observará una continuidad con el pensamiento de Gerberto. Asimismo, se apreciará una incipiente estima intelectual hacia las artes liberales (caso de Abón de Fleury, verbigracia), lo cual no dejará de ser, esencialmente, sino un antecedente del discurso cultural imperante en el transcurso del Renacimiento del siglo XII. Igualmente, la no superación del debate entre razón y fe no perderá vigencia, prolongándose en el tiempo hasta más allá del siglo XII.

Berengario de Tours antepondrá, en importancia, la razón a la fe misma, dado que la primera constituye, para Berengario, la herramienta crucial para dilucidar los misterios de la fe, opinión que le supondrá el ser tachado de filósofo por los teólogos. De entre éstos, Lanfranco de Pavía, otro gran intelectual de la centuria, será su rival más descollante. A su vez, éste último reflexionará sobre la razón, llegando a albergar cierta simpatía por su uso teológico, aunque siempre desde la inquebrantable convicción de que la fe proporcionaba un conocimiento del que la razón ni siquiera podía participar.

Por su parte, Anselmo de Canterbury, formado especialmente en retórica y lengua latina, responderá más a la vida eclesiástica con la que se había comprometido que a una existencia más específicamente dedicada al cultivo de las letras y las ciencias. Esto no le impedirá, empero, proceder con el análisis lógico del discurso teológico, habiéndose definido previamente no como un filósofo, sino como un humilde monje celoso de encontrar el camino de la fe a través del estricto empleo de la razón, llegando finalmente a la conclusión de que la razón es, junto a la fe (obviamente), fuente de incalculable valor para el conocimiento de Dios. Para ello, partirá de la observación de que las manifestaciones de la Divinidad responden básicamente a la verdad tangible, constituyendo, por tanto, el análisis del mundo palpable el de la Divinidad misma. Para Anselmo, resultará necesario conocer la fe como camino de la contemplación divina, aun cuando repute como más importante el alcance de la Divinidad a través de la combinación entre la razón y la fe, puesto que en el pensamiento de Anselmo la razón funciona como un elemento perfeccionador de la fe. A tal respecto, podríamos afirmar que la concepción teológica de Anselmo participaría en esencia del movimiento intelectual y religioso de la teología racional, situada en un punto más bien equidistante entre el uso preferente de la razón y el estricto de la fe en el seno del debate dialéctico que enfrentó a los partidarios las posturas anteriormente señaladas.

La generación de pensadores que, partiendo de Gerberto de Aurillac, desarrollarán su labor en el contexto de la polémica por el predominio de la razón o de la fe y de la permeabilización del mundo cristiano ante los estímulos científicos procedentes de Oriente y de Ál-Ándalus, sentarían, en efecto, las bases para la reforma cultural que resultaría del mencionadoRenacimiento del siglo XII. Por otra parte, no deberíamos sigilar la realidad de que el siglo XI responde a una cronología esencialmente caracterizada por el crecimiento económico del Occidente europeo, debido éste en cierta medida a la bonanza que conllevaría el restablecimiento a gran escala de las rutas comerciales occidentales con el Oriente musulmán a raíz del hecho bélico de las Cruzadas. Dicha pujanza pecuniaria, invertida muy particularmente en el mundo urbano, redundaría directamente en el crecimiento de las urbes y en la expansión de la vida cultural, con lo cual se sembraría la semilla de lo que posteriormente podría ser definido como una época de desarrollo y estímulo de la cultura intelectual europea.


 La Iglesia del dominium mundi (c. 1150-c.1300)
La evolución de los diferentes poderes regios occidentales supondrá para la Iglesia, embarcada en la empresa de la plena asunción del dominium mundi, un punto de inflexión en su pugna con el Imperio, y con el afán de conjurar la amenaza que tanto la autonomía de los primeros como la todavía considerable capacidad de acción del segundo constituía para las ambiciones terrenales del Papado romano, el aparato político pontificio tratará de dotar a la Iglesia de una eficiente administración cancilleresca y de un sólido órgano de gobierno. Aprovechando, a tal respecto, el crecimiento económico que experimentaba la sociedad medieval occidental en el siglo XII, la Iglesia, como institución que retenía pingües beneficios mediante su relación con los poderes políticos de Occidente, planteará una profunda reforma política interna cuya proyección exterior estribaba en la defensa del ideal de la plenitudo potestatis, primer paso hacia el dominium mundi. Asimismo, las ambiciones pontificias hallarán en los efectos religiosos de las Cruzadas un poderoso aliado.

La plenitudo potestatis pontificia
Como tal, la plenitudo potestatis surgirá de la prolongación del conflicto que mantenía el aparato pontificio con los poderes políticos, constituyendo la libertas Ecclessiae el punto de partida de la pugna política por el dominium mundi.

El siglo XII no dejará de ser una mera continuidad en este sentido, dado que los enfrentamientos se suscitarán por causa de la libertas Ecclessiae, destacando muy particularmente las cuestiones referentes a la conflictiva jurisdicción sobre los reos eclesiásticos y sobre las investiduras episcopales. Tal será el caso, verbigracia, de la actitud invasiva de Federico I en el control administrativo eclesiástico, la cual estribaba en la voluntad imperial de acaparar la totalidad de las investiduras episcopales en el Imperio.

Por otro lado, deberíamos tener presente el hecho de que en Italia, por ejemplo, la situación ofrecerá una imagen diametralmente diferente a la que mostraba en siglos anteriores: en este preciso momento, en Italia el poder del pontificado romano gozará, ostensiblemente, de mayor margen de maniobra.

Igualmente, no podemos obviar el hecho de que la casuística será tan amplia como lo es el espacio geográfico antaño dominado por los poderes regios de Occidente: sin ir más lejos, la figura de Enrique II de Inglaterra resultará altamente ilustrativa a tal respecto.

En el siglo XIII, observamos una clara vigencia en el rechazo imperial hacia la plenitudo potestatis. Esto explica que, durante la minoría de edad de Federico II Roger, rey de Sicilia, el reino será gobernado por una regencia compuesta íntegramente por eclesiásticos hacia la que no disimularán su rechazo los componentes de la nobleza normanda siciliana. Como es evidente, en el fondo se perpetúa el conflicto entre las coronas y la Iglesia. Sin embargo, y a pesar de que el Papado romano se vea forzado asiduamente a luchar por su particular libertas, en el seno de la Iglesia no se dudará ya acerca de la indiscutible primacía del obispo de Roma.

Por lo tanto, el papado será, ya definitivamente, cabeza de la Iglesia católica. En este sentido, resulta de especial relevancia la persona de Inocencio III, pontífice responsable del impulso y planificación de cruzadas, no siempre contra el Islam por cierto. Además, en el IV Concilio Lateranense se plasmará eficazmente que el Romano Pontífice es el príncipe de la Iglesia por antonomasia.

Todas las circunstancias anteriormente reseñadas repercutirán en la creación efectiva de un aparato administrativo y de gobierno pontificio centralizado, base que posteriormente se revelará como indispensable en el marco del desarrollo político de la Iglesia a lo largo del siglo XII.

En este sentido, las bases serán el derecho canónico, el Tribunal de la Rota, la Cámara Apostólica y el Sacro Colegio principalmente.

-El derecho canónico:
Basado en la tradición jurídica romana y en la primitiva legislación de los pontífices, reflejará la infalibilidad del Papa como elemento inspirador de la ley canónica. Asimismo, el derecho canónico reputa las ideas pontificias sobre los dogmas de fe como dogmas en sí mismas. En cualquier caso, este corpus jurídico se irá enriqueciendo progresivamente a partir de la sanción de decretos pontificios o de la celebración de concilios.

-El Tribunal de la Rota:
No constituye sino el eje vertebrador de la administración de la justicia en el seno de una Iglesia que goza de una libertad suprema.

-La Cámara Apostólica:
El elemento más importante en la vertebración y constitución de un estado es la tributación. Así pues, y a medida que vaya estableciéndose un aparato de gobierno en la Iglesia, se irán perfilando los rasgos funcionales de la tributación propia del estado papal. La Cámara Apostólica, pues, se afanará en regular las exacciones pecuniarias sometidas a la jurisdicción de la Iglesia.

-El Sacro Colegio:
La Curia pontificia, a partir de este contexto histórico, comenzará a retener un poder cada vez mayor, no sólo como institución que aglutina a los individuos más cercanos al Romano Pontífice, sino también como cantera humana de la corte papal.

En el siglo XI, la Iglesia experimentará una centralización monárquica, persiguiendo el control de todas las sedes eclesiásticas a través de las legaciones papales, con unos legados que, ante los soberanos cristianos, poseían la misma autoridad y poder coercitivo que el propio Papa.

Las propias circunstancias políticas resultantes del conflicto con el Imperio nos ponen sobre la pista de una virtual victoria del Papado sobre los emperadores. De hecho, Federico II Roger será, quizás, el último gran emperador que podrá enfrentarse siquiera al Papado romano. El fin último de su sucesor siciliano, Conradino, refleja a la perfección la nueva coyuntura política que se le abría al pontificado de Roma. Asimismo, cabría señalar el hecho de que durante el Gran Interregno imperial, será el Papado el principal árbitro de las disputas en torno a la asunción de la dignidad y poder imperiales.

En el ámbito papal, habrá una cierta falta de conciencia de la realidad política tras la derrota del Imperio como poder universal. Habiendo conseguido domeñar a los emperadores, los papas no serán conscientes de que su propio éxito les imposibilitará situar bajo su férula al resto de poderes regios de Occidente, quienes, sin aspirar a la obtención de ninguna clase de prerrogativa universalista, se ampararán en la máxima rex est imperator in regno suo. No obstante, bien es verdad que los papas tratarán de intervenir, igualmente, en las cuestiones relativas a las diversas cancillerías. Bonifacio VIII será la máxima expresión de la autoridad suprema pontifica en este sentido, o al menos de las esperanzas que el Papado tenía depositadas en la rígida aplicación del ideal del dominium mundi: no dudará este pontífice en intervenir en materia eclesiástica en todos los reinos, destacando, en este sentido, la bula Unam sanctam. Esto le conducirá al desastroso choque frontal con la monarquía francesa (Atentado de Agnani), y una vez occiso Bonifacio VIII, en la misma Iglesia se suscitarán dudas acerca de la posibilidad del mantenimiento a largo plazo de un conflicto semejante con cualquier otra corona europea.

Hasta Bonifacio VIII, pues, nos encontraremos con unas disposiciones pontificias muy específicas en cuanto a las concesiones de la Iglesia y a sus límites. Sin embargo, a partir de la muerte de Bonifacio VIII, los pontífices habrán de ceder asiduamente, y en prerrogativas que se creían apuntaladas en la Iglesia, lo cual responderá, en sí mismo, a un sustancial cambio en el concierto político del Occidente cristiano medieval.

Jorge Rosales Pulido.

Clase del día 24 de abril.

Los nuevos movimientos religiosos



Los nuevos movimientos religiosos que se dieron en Europa a partir del siglo XI por una multiplicidad de causas, fueron el tema principal a tratar en clase. Un gran empuje de estos movimientos fueron las Cruzadas, las cuales tenían móviles económicos, sociales y políticos. Las aspiraciones pontificias, fueron un gran aliciente a la expansión de los sentimientos religiosos. Su afán de conquistar territorios a través de reyes a los que concedían permisos de cruzada con bulas selladas, hizo que se expandiera la idea de “acabar con el infiel”. Además, surgen los movimientos de peregrinaciones y las penitencias como medio de redención y búsqueda de la salvación. Y por esta razón, las Cruzadas tuvieron seguimiento social. 

La cruzada suponía un método de penitencia, además, al ser enviadas a Jerusalén en gran parte de los casos, mostraban una simbología de llamada a la “Jerusalén Celeste” y un castigo hacía los “verdugos de Cristo”. En esta época, además, el contexto europeo acompañaba a las pretensiones de cruzada. Tenemos que tener en cuenta que la Iglesia contaba con una gran confianza en sí misma y la Europa cristiana pasaba por una etapa violenta y una influencia feudal importante. Otro tipo de característica de la cruzada, aparte del sacrificio que conllevaban, sería la concesión de indulgencias a todo aquel que luchara contra el “infiel”. Podía basarse en una participación personal o económica. Por ello, las cruzadas se sustentaban en guerreros cruzados que las apoyaban con sus armas o en colaboradores de las mismas, que sin ir a la guerra, las apoyaban económicamente, ganando así, la indulgencia. La bula de cruzada no siempre se concedía para ir a Tierra Santa, sino para luchar contra el infiel en un sentido amplio, como hemos visto. Sin duda, las Cruzadas supusieron una fuente de ingresos para el poder político y eclesiástico, por ello, se ha estudiado mucho el interés económico de las mismas y sus funciones para el poder. Cuando un papa concedía una bula de cruzada a un rey, ambos salían beneficiados. Ciertamente, eran los reyes los que recibían más beneficios del hecho de cruzada, pero la legitimidad que adquiría el poder eclesiástico no tenía precedentes, incluso llegó a dominar territorios eclesiásticamente, como el Patriarcado de Jerusalén, imponiendo su poder en Oriente. Las cruzadas corrientes eran dirigidas hacía Tierra Santa. La llamada la “Cruzada de los Pobres”, no fue una cruzada autorizada por bula. Fue llevada a cabo por Pedro el Ermitaño, espontáneamente hacia Tierra Santa. Acabó en el mismo año con el desastre de Nicea a manos de los turcos. La historiografía recoge que fue el preludio de la Primera Cruzada (1095-1099), que se llevó a cabo, sobre todo, por el Reino de Francia, el Sacro Imperio Germánico y por diversos condes de Flandes y de otros sitios, impulsados por el prestigio, la religión, las riquezas, la promoción social, etc., y la tutela y bula de Urbano II. Durante la Segunda Cruzada (1147-1149), convocada por Eugenio III empiezan a surgir problemas. Esta tenía como objetivo Damasco, pero nunca consiguieron tomarla y de hecho supuso una gran derrota para los reinos cristianos y la victoria musulmana. La Tercera Cruzada (1189-1192) o también llamada “Cruzada de los Reyes”, tenía como pretensión tomar Jerusalén y ha pasado a la historia como una de las más famosas. La reconquista de Jerusalén fue llevada a cabo por Saladino, quién por medio de un pacto, consiguió tomarla y mantener bastantes territorios bajo el poder cristiano. En esta cruzada también destaca la intervención de Federico I Barbarroja y Ricardo Corazón de León. La Cuarta Cruzada (1203-1204), fue motivada por los intereses económicos venecianos, y dirigida a Constantinopla. Supuso el saqueo de la capital del Imperio Bizantino. La Quinta Cruzada (1217-1221), tenía como motivación tomar Egipto, ya que era la llave hacía Tierra Santa. Fue convocada por Inocencio III. Finalmente, las tropas fracasaron en Egipto viéndose obligados los reinos cristianos a firmar una paz de ocho años. La Sexta Cruzada (1228-1244) fue una de las más curiosas, llevada a cabo por Federico II Roger, después de ser excomulgado por el Papa al retrasarla. Fue un triunfo, pues conquistó Jerusalén -excepto la Cúpula de la Roca-, tras las negociaciones con al-Kamil. Se coronó Rey de Jerusalén sin reconocimiento papal. Finalmente, Jerusalén es reconquistada por los musulmanes en 1244. La Séptima Cruzada (1248-1254), encabezada por Luis IX el Santo, se dirigió a Egipto. Por el mismo rey fue dirigida la Octava Cruzada (1970-1971), para defender los derechos de Carlos de Anjou en Nápoles.

Aparte de las Cruzadas, habrá otra serie de luchas contra el “infiel”, como por ejemplo en el territorio báltico contra los prusianos, a los cuales les atacará la Orden Teutónica. Incluso con protestas de los reyes de Polonia, por la pérdida de sus territorios. Vemos pues, el elemento de interés económico y político que tuvieron estas luchas o persecuciones. Las cruzadas hispánicas también serán muy importantes, como por ejemplo su repercusión en la Batalla de las Navas de Tolosa en 1212. También fue común que surgieran cruzadas cuando los reinos necesitan dinero, por ejemplo en 1431 Juan II pidió una bula de cruzada para luchar contra lo “infiel”, lo que en realidad fue dinero utilizado en campañas de Granada. Gran repercusión en este terreno tuvieron las llamadas cruzadas albigenses contra la herejía cátara, sobre todo en el territorio de Languedoc, dentro de una noción de “Cruzadas antiheréticas”. También serán importantes las cruzadas contra los turcos, las cuales no tendrán mucha relevancia pero si una significativa contribución económica.
Sin embargo, el “espíritu cruzadista” fracasará. Las aspiraciones que en un primer momento motivaron a su realización se ven frustradas e incapacitadas para acabar con los infieles. A finales de la Edad Media la capacidad de atracción de las Cruzadas pierde fuerza. Los papas comienzan a no tener tanta legitimidad en ellas y el espíritu, como hemos dicho, se desvanece. Sobre todo fue, el afán de pretender conquistar y mantener Tierra Santa y los intentos fracasados, lo que hicieron que el empuje cruzadista desapareciera.

En la clase también se dio lugar al conocimiento y debate sobre la multiplicación de las órdenes religiosas durante esta etapa histórica. La primera en conformarse fue la Orden de Cluny o cluniacense, la cual sería un acicate para la Reforma Gregoriana, ya que hubo voces que se revelaron hacia su ostentación. A partir de este momento se va a promover un afán generalizado por volver al cristianismo primitivo. Surgirán soluciones ortodoxas, que defenderán una vida monacal. Entre los siglos XI y XIII se van a dar cambios sociales que comenzarán a ver a la religión de otra forma. Aparecerán nuevas formas de expresión, nuevas órdenes, otras formas de monaquismo. Nacerán tendencias como el eremitismo, sobre todo a partir de la Reforma Gregoriana. Eran personas que abandonaban las ciudades y se iban a los bosques a vivir una vida de contemplación. En esta época las fuentes les mencionarán recurrentemente, por lo tanto, es un movimiento social a tener muy en cuenta en estos siglos de la Edad Media. Son vistos como un modelo de sacrificio por la religión y muchos serán objetos de culto o, en algunos casos, beatificados. Surgen también los predicadores, muchos de ellos eremitas que se dedicaban a predicar el cristianismo en su forma más primitiva. Movieron masas de gente y finalmente fueron vistos por el poder eclesiástico como una herejía, ya que cuestionaban algunos usos del clero. Asimismo, se comenzarán a llevar a cabo reformas para que los canónigos vivan en comunidad. El clero regular, por lo tanto, pasa a llevar una vida más comunitaria, pero sin dejar de estar lejos de la sociedad. En algunos casos, incluso, llevarán una vida de dedicación a la enseñanza. Se crearán escuelas de pensamiento místico y otras labores. Este clero regular será muy importante, ya que será visto diariamente por la sociedad y el ejemplo a seguir. Hablamos pues de órdenes como la premostratense -la cual fue muy dicada a la predicación y el trabajo manual-, la cartuja -surgida en los Alpes, con una vida monacal muy radical en cuanto a su individualidad y silencio-, la cisterciense- surgida en Citeaux. Su lema será el “ora et labora” y surgirá como oposición a la ampulosa vida cluniacense-, la hospitalaria- que atenderá a los enfermos y se dedicaría a la curación-, la trinitaria, la mercenaria, y por último, las órdenes militares, como la Orden de Malta o la Orden del Temple.

La oposición a la riqueza del clericalismo surge también a través de herejías que alimentan el “anticlericalismo”. Estas herejías, en la mayor parte de los casos, surgen sin bases ideológicas firmes y serán las cuestiones sociales que les afectan y el intento de vuelta a los orígenes, su criterio de enfrentamiento con la Iglesia. De esta base surgirán una gran multiplicidad de herejías menores o sociales como la herejía patarina, surgida en el norte de Italia (Milán), en un medio urbano. Dicha herejía, pretendería una racionalización y negación de los sacramentos. En este ámbito fue importante la herejía del Arnaldismo, también surgida al norte de Italia y fundada por Arnaldo de Brescia. Entre sus bases ideológicas estará su oposición al pontificado. Los arnaldistas llegarían a tener una gran relevancia, de hecho, fundarían la República de Italia (aunque duró poco y su mentor moriría quemado). En esta oposición a la pompa clerical nacerán personas que aboguen a una pobreza voluntaria en su búsqueda de un cristianismo más puro y primitivo, alejado de la suntuosidad. Sin embargo, pese a todos estos movimientos que reaccionaron contra el poder del clero, será la amenaza cátara la que si supondría un cambio y una redefinición de la visión religiosa. 

Clase 23 de abril

Marta Pérez Hernández

lunes, 29 de abril de 2013


LA HEREJÍA CÁTARA Y LA INQUISICIÓN

La herejía cátara es la más importante de la Edad Media, no solo por su extensión y pervivencia en el tiempo  sino por su influencia política y social. En esta herejía la lucha religiosa está íntimamente unida a los intereses políticos. Se desarrolla en el Languedoc,  región situada en la parte Sur oeste de la actual Francia, que en el siglo XIII era independiente del poder real francés.
Con el renacimiento del siglo XII  la difusión de nuevas ideas y  al calor de un crecimiento urbano e intelectual surgieron voces que reclamaban una vuelta al cristianismo primitivo más auténtico y alejado de la jerarquía eclesiástica. En esta serie de movimientos que surgen hay que enmarcar a la herejía albigense. Fue en esta región el Languedoc donde tuvo mayor fuerza la heterodoxia cátara que recibe influencias de diversas fuentes sobre todo  el maniqueísmo.
Para los cátaros la materia era corrupta y el mundo es entendido como la lucha de dos principios enfrentados el bien y el mal. Predicaban la salvación mediante el ascetismo y el rechazo de todo lo material incluyendo a la iglesia católica y su jerarquía por lo que fue considerada como herética.
En un primer momento se optó por la vía pacífica intentando convencer a través de la predicación a los herejes pero al no conseguirlo se utilizó la cruzada en la que ya intervenían intereses políticos seculares. Es importante recordar que la región del mediodía francés, pertenecía a nobles que estaban vinculados por razones  de vasallaje a la casa de Aragón. La corona francesa aprovecho la herejía cátara para recuperar para su corona esta zona de influencia que había perdido, por lo que se unen poder político y eclesiástico para acabar con la herejía.
La organización social de los cataros no se basaba en un determinado estatus económico o social sino en un mayor grado de acercamiento a Dios. Los perfectos se encontraban en lo más alto de la jerarquía social. No comían carne, predicaban , practicaban la abstinencia sexual y vestían un hábito negro. Eran respetados por todos y podían dar el Consolamentum  que era una especie de sacramento que consistía en imponer las manos para que el creyente estableciera contacto con el espíritu santo, una vez recibido el Consoñamentum  el creyente accedía directamente a la salvación.
Por debajo de los perfectos se encontraban los creyentes, podían casarse, tener hijos y tener bienes materiales. Tenían la obligación de inclinarse ante los perfectos y mostrarles respeto. Las confesiones eran públicas lo que lleva a esa idea  de vuelta al cristianismo primitivo.
La cruzada albigense consiguió la victoria en el plano militar a manos de Simón de Monfort  que en la batalla  de Muret 1213 obtiene la victoria al morir Pedro II Rey de la corona de Aragón. Sin embargo las pervivencias de la herejía  se mantendrán por más de un siglo.
Para luchar contra toda esta explosión de movimientos heréticos se creó por parte del papado la inquisición. La lucha contra los movimientos heréticos no es una novedad, pero ahora se sistematiza con la creación de esta institución que está al servicio de la iglesia de Roma.
Con la creación de la Inquisición en 1231 por parte de Gregorio IX se lucha contra la heterodoxia de una forma globalizada, son tribunales móviles que se mueven por la cristiandad en busca  de herejes.
Dependen directamente  del papado y actúan de forma independiente de la diócesis. Los encargados por el papa para hacerse cargo de la institución son miembros de órdenes mendicantes. Dominicos y Franciscanos  son los encargados de la inquisición, en especial los Dominicos, se les encarga esta misión por su cultura de predicación y su gran conocimiento teológico necesario para luchar contra la herejía. Es lógico que eligieran a órdenes mendicantes dado que su función en principio era convencer a los herejes y por eso era tan importante su habilidad para la predicación.
Los encargados de llevar las investigaciones inquisitoriales son los dominicos, para llevar a cabo esta labor se publicaran los manuales inquisitoriales. El procedimiento utilizado para comenzar una investigación suele ser la  denuncia.
La denuncia que es secreta pone en marcha la investigación que comienza con una predicación pública por parte de los monjes. En este momento los herejes podían confesar públicamente y ser perdonados aunque se les imponía una penitencia. En caso de confesar comenzaba la investigación, el acusado no conocía los cargos ni sabía quién le había acusado. Su única defensa era confeccionar una lista de enemigos y que en ella estuviera su acusador, de esta manera la acusación podía ser anulado. Para obtener la confesión se consideraba lícito el uso de tortura aunque con lagunas restricciones como no producir sangre ni mutilaciones, no obstante estas normas no siempre eran cumplidas. En caso de obtener la confesión las penas eran muy variadas, la mayoría consistían en penitencias públicas y sanciones económicas. En casos más graves se imponía penas privativas de libertad  y la pena de muerte en la hoguera además dela apropiación de todos los bienes del acusado.  Estas penas eran ejecutadas por el brazo secular, esta connivencia entre los dos poderes significó que en muchos casos el tribunal fuera utilizado por parte del poder político como medio para acabar con adversarios.
La inquisición no llega hasta la Corona de Castilla en 1478 momento en el que los Reyes Católicos negocian que el tribunal dependa en su territorio del poder real. Permanecerá en España hasta entrado el siglo XIX.
Fernando Quindós Bartolomé

viernes, 26 de abril de 2013



Antonio Jorge Hernández González

Las órdenes mendicantes:

La respuesta a esos cambios sociales, a esa nueva sociedad con una riqueza presente y visible se adecua poco con la situación ideal del cristianismo. Estas nuevas órdenes aportan nuevas visiones sobre la pobreza voluntaria. Dentro de estas las más importantes serán los dominicos y franciscanos. Sus principales esencias serán la pobreza y la predicación.  Asimismo, otorgan un valor espiritual al trabajo, renuncian a los bienes y a las propiedades y ven en el trabajo una forma de salvación. Lo novedoso de estas órdenes está en su afán por vivir en la sociedad, instalándose preferentemente en el ámbito urbano, rompiendo con la tónica anterior.

Dominicos:
El español santo Domingo de Guzmán o de Caleruega (1170-1221) fundó la orden de los Frailes Predicadores entre los años 1204-1216. Había sido canónigo regular en Osma y tenía buena formación en teología (Universidad o Estudio de Palencia). Trató en diversas ocasiones de atajar la herejía cátara en el sur de Francia, para ello decidió fundar en 1206 un convento de monjas en Prouille, bajo la regla cisterciense. Allí acogía a doncellas conversas. Esta visión de la herejía fue lo que le llevó a insistir en la importancia de la predicación. Para poder desarrollar esta actividad con garantías confiaba plenamente en la instrucción y en el profundo conocimiento de la teología.  En Fanjeaux proyectó la fundación de una orden en 1214.  Al año siguiente abrió su primera casa en Toulouse con permiso del obispo Fulco. Domingo y sus compañeros decidieron seguir la regla de San Agustín, con la finalidad de que el pontífice Honorio III aceptase la fundación, quien accedió mediante las bulas de 1216 y 1217. El santo fijó su sede en Roma pero posteriormente viajó a España para fundar sedes en multitud de ciudades.

Esta orden mezcla la vida activa con la contemplación.  El fraile debía recitar el oficio divino, dedicar un tiempo diario a la meditación, practicar la penitencia con ayunos y mortificaciones  y vivir la pobreza. Además debía de realizar su vocación  mediante la acción y el servicio: predicación, evangelización, enseñanza, dirección capitular.  La mayor autoridad era el capítulo general, que se congregaba anualmente, compuesto por los religiosos diputados por los frailes de los conventos y con poder de ordenar y corregir. El maestro general era designado por el capítulo, representaba a la orden y aplicaba las decisiones del capítulo. En 1221 la orden se dividía en ocho provincias: Roma, Lombardía, Provenza, Francia, Alemania, Inglaterra, España y Hungría.

Franciscanos:
San Francisco de Asís (1181-1226), comerciante de la Toscana, zona en ebullición cultural y política, fue el fundador de la Orden de los Frailes Menores. En este entorno de pugnas políticas y lucha entre las oligarquías se desarrolló su juventud. Sin embargo, se produce una transformación. Francisco buscará desde entonces alejarse de la sociedad y la desvinculación de cualquier forma de ambición terrena y la pobreza voluntaria busca romper con la sociedad y alcanzar la vida apostólica.  En 1208 se reunió con sus primeros compañeros en la Porciúncula para vivir en humildad y pobreza. Ahora la pobreza se ve con una actitud más alegre, se deja de ver la vida cristiana como un valle de lágrimas. En el primer capítulo de la orden, en 1217, ya se congregaban 5.000 frailes. Después de varias redacciones de la regla ésta fue aprobada por el papa Honorio III en 1223.  Más que una orden era un espíritu y un ideal, aunque mantenía la vida comunitaria, los votos de pobreza, castidad y obediencia y a dependencia de la sede de Roma. También fundó la orden de las Clarisas, cuando en 1212, Santa Clara se estableció en la ermita de San Damián para vivir con sus compañeras para vivir el espíritu franciscano. Asimismo, aceptó a los seglares, casados y profesionales que quisieron vivir este ideal y dedicarse a la penitencia, oración y obras de misericordia. En 1222 el cardenal Ugolino estableció el reglamento de la tercera orden a partir de los escritos del santo. Su organización era similar a la de los  Dominicos, con capítulos generales anuales y un ministro general. Cada provincia se dividía en custodias y éstas en conventos y eremitorios.

Las órdenes y el pontificado:
Estas órdenes muestran desde el principio una clara intención de integración dentro de la Iglesia. El problema  surgirá a partir del IV Concilio de Letrán, en el que no se admiten nuevas reglas. Es por ello por lo que se ven obligados a acogerse a alguna de las anteriores. Así nos encontramos con que los dominicos acogen la regla agustina. En la orden franciscana surgen más problemas pues ninguna convence a su fundador.

Estas nuevas órdenes contarán desde sus orígenes con un gran apoyo popular, ya que aportan una visión mucho más cercana de la religión cristiana. Esta visión se presenta también como algo deseable que engarzaría con los anhelos del finales del s. X de la vuelta a ese cristianismo primitivo. Los mismos fundadores contarán con un rapidísimo reconocimiento siendo canonizados muy poco después de su muerte.

Los rasgos definitorios de estas órdenes:
Son principalmente la pobreza y la predicación. Se predica con el ejemplo, con un ejemplo visible para toda la sociedad. No obstante se puede decir que los franciscanos insisten más en la pobreza, mientras que los dominicos lo hacen en la predicación. En ambos casos se puede comprobar que contaban con un fuerte espíritu de integración, pues cualquiera podía entrar en ellas aún sin contar con los votos.
Por otro lado, se puede destacar su labor social. En muchos casos sus conventos acaban convertidos en albergues, hospitales. Además son bien vistos por el conjunto de la población, pues a los más pudientes se les da la posibilidad de alcanzar la salvación mediante la ayuda económica, integrando así a las clases más adineradas, y estableciendo el concepto de caridad.

En las mismas también se puede comprobar un amplio protagonismo femenino (anteriormente se expuso la aparición de un convento femenino aún antes que el masculino). Este protagonismo también se comprueba en el culto mariano, extendido por toda Europa gracias a estas órdenes. (sobre todo los franciscanos).
La preocupación por la formación intelectual es constante y capital en estas instituciones, ya que para ellas era un arma fundamental en la predicación. Como ya se dijo anteriormente, en este aspecto destacan los dominicos, quienes llegan a ostentar en muchas ocasiones cátedras en las universidades (especialmente las de Teología).

El éxito social de estas órdenes viene marcado por lo que ofrecen al conjunto de la población. A los ricos ofrecen la salvación y a los pobres la supervivencia. Del mismo modo, contaron con apoyo de los poderes soberanos, que se encontraban en una fase de expansión y que no dudaron en aprovechar las órdenes como medio para mostrar su religiosidad. Así nos encontramos con multitud de fundaciones  que parten de la monarquía o de la nobleza.

Además de estas dos grandes órdenes, encontramos una multitud de pequeñas órdenes que siguiendo el ejemplo de estas se acogen a diversas reglas. Muchas desaparecen, otras continúan y otras se engloban en mayores corporaciones. De entre ellas podemos destacar:
        
  •      Carmelita: orden que se funda en el Monte Carmelo en Tierra Santa. Se basa en el propio libro de la Biblia. Eran agrupaciones que contaban con rasgos cenobíticos y eremitas. Los asentamientos occidentales en el monte datan del siglo XII. A partir de comienzos del XIII, más exactamente en 1209, serán dotados de una regla por el Patriarca de Jerusalén. La regla se expandió posteriormente por tierras latinas y sus características más destacables son la pobreza voluntaria y la vida en retiro.
  •     Agustinos: se asemejan al grupo anterior. Se trata de una fusión de grupos eremíticos italianos. Diversos grupos de eremitas de Lombardía y Toscana se reunieron para elevar una petición al Papa Inocencio IV, para que les dotase de una regla. Así se creó la orden religiosa, cuya creación data de 1243. Muestran rasgos cenobíticos. Tres años más tarde de su fundación, con una nueva bula se aumenta el número de adeptos a la orden, gracias a la incorporación de nuevos grupos.
  •     Jerónimos: es la orden más tardía y la que cuenta con una mayor presencia en la Península Ibérica. Su origen es similar al de las dos anteriores. Se produce una unión de grupos eremíticos con el fin de crear una orden mendicante, cuya esencia será la práctica de una vida cenobítica. No siempre se encontrarán en zonas urbanas, pero sí en la mayoría de los casos. Solicitarán verse sujetos a una regla, consiguiéndolo en 1373, gracias a la aprobación de Gregorio XI (siguen la regla agustina). Un rasgo destacable es su muy temprana unión con la monarquía castellana, con fundaciones como Nuestra Señora de Guadalupe, San Jerónimo el Real.


La explosión herética:

Durante el siglo XII las herejías van en aumento, llegando a existir una auténtica sensación de amenaza. Estos movimientos heterodoxos se extienden rápidamente, tanto en zonas urbanas como rurales. Destacan las regiones de Renania, Países Bajos, Italia o el Languedoc.

Probablemente en estas zonas la reforma gregoriana hubiese tenido una escasa incidencia, factor que se puede relacionar con los cambios económicos y la expansión y desarrollo de las vías comerciales. Estas vías también servirían para expandir estos movimientos heréticos por distintas regiones europeas.
Se puede comprobar la continuidad de las herejías sociales, aunque se destaca la existencia y aparición de nuevos fenómenos. Entre ellos podemos destacar a los Valdenses, los humiliati, los cátaros y las herejías milenaristas.

Las herejías sociales continúan en vigor debido a las marcadas diferencias sociales, a la importancia de la pobreza, y, sobre todo, a los anhelos de la vuelta del cristianismo primitivo. Se produce una continuidad de las mismas, que acabarán incurriendo en desviaciones de rito y que conducen a cambios doctrinales.

Herejía Valdense:
 Pedro Valdo se considera su fundador.  Se trata de la castellanización del término franco-borgoñés. Proviene de la zona de Lyon. Fue un comerciante que decidió abandonar sus posesiones y adentrarse en la pobreza voluntaria. Fue el verdadero precursor de San Francisco de Asís. Su conversión se produjo en 1173, cuando mediante una rígida aplicación del pasaje evangélico (Mt. 19, 21), abandonó a su familia y sus bienes y se lanzó con un grupo de compañeros por los caminos de la más absoluta pobreza y de la predicación. Fue recibido por el papa Alejandro III en el III Concilio de Letrán (1174) donde vio recomendada su forma de vida, pero sólo se le permitió predicar con permiso de la autoridad eclesiástica correspondiente.  En este caso fue el nuevo arzobispo de Lyon, Jean Bellemain quien se opuso a su predicación  No se conoce bien la evolución del valdismo desde entonces, pero sí se sabe que en 1184 la Iglesia condenó a los valdenses (los pobres de Lyon) como herejes, junto con los cátaros, arnaldistas y patarinos. Se considera que sus hermanos del norte de Italia eran los llamados Humiliati o pobres de Lombardía. El valdismo, aunque a un escaso nivel, pervivió más allá de los límites del Medievo. Llegará hasta la reforma luterana, perviviendo hasta la actualidad como una Iglesia evangélica.

Esta Iglesia se caracteriza por la existencia de predicadores, denominados barbas. Tienen una profunda creencia en el sacerdocio universal. Sus predicadores predican con el ejemplo. Sus votos abarcan la pobreza evangélica, el celibato (hasta la reforma), y la vida en comunidad sin buscar el enriquecimiento. Son iconoclastas, y desde el siglo XVI se fueron alejando paulatinamente de los sacramentos, rechazando el bautismo.

Humiliati:
Movimiento laico similar al de los valdenses, que floreció entre los artesanos y el populacho de las comunas de Milán y Lombardía. Se trataba de un grupo heterogéneo dentro de la pobreza voluntaria. A mediados del siglo XII nos encontramos con muchos predicadores por toda Italia. Para ellos la pobreza es una imposición, no una meta al alcance los más dignos. Los más radicalizados acabaron asaltando y adueñándose de bienes eclesiásticos, con el fin de repartirlos entre los más pobres. Se trata en todo caso de grupos menores, mucho menos organizados que los valdenses, lo que hizo que fuera mucho más fácil combatirlos.

Herejías milenaristas:
 La creencia cercana en el fin de los tiempos tiene durante este siglo XII y XIII un nuevo apogeo. En algunos casos parte desde el seno de la Iglesia.

Joaquinismo: Joaquín de Fiore, monje del sur de Italia, fundador de la nueva orden, los florentinos. Muere en 1202. Su influencia se expande gracias a obras como Expositio in Apocalypsim Concordia Novi et Veteris Testamenti, en la que aparece como el gran reformador de la filosofía cristiana. Aquí parte de la base de las tres personas de la Trinidad y aborda la historia del mundo dividiéndola en tres grandes edades.
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  •     La del Padre: se corresponde con el Antiguo Testamento, se inició con Adán y fue el tiempo de los laicos.
  •          La del Hijo: que tuvo su preparación desde la época del rey Ozías y fructificó con Cristo, fue el tiempo de los clérigos.
  •        La del Espíritu Santo: que apuntó ya desde época de San Benito y que fructificará a partir de 1260 y se prolongará hasta el fin de los tiempos. Será una época protagonizada por las órdenes religiosas, tiempo de caridad y de paz en la que dominará la libertad y la Iglesia será puramente espiritual.

La condena de su pensamiento, habida cuenta de su acérrima lucha contra la herejía y los cismas de su época, fue más tardía y se hizo a partir de las interpretaciones que de él dio Gerardo di Borgo San Donnino.

Los Hermanos del Libre Espíritu: También fueron llamados de la penitencia o pobres de Cristo tienen un origen oscuro. Se sabe que sobre ellos ejercieron una notable influencia el ideal franciscano de la pobreza como las ideas proféticas de Joaquim de Fiore. Su principal aportación era doctrina de la libertad espiritual. Según la misma, cuando el alma humana alcanza la perfección espiritual acaba fundiéndose con Dios. Desde este momento ya no hay pecado mortal, ni dogma, no por supuesto jerarquía eclesiástica. Se puede decir por lo tanto que tenían un cierto carácter quietista. Se sabe que practicaron la flagelación y que entre ellos eran frecuentes las danzas y el éxtasis. La Iglesia decidió perseguirlos, acusándolos de herejes. (destacar la obra de Margarita Porete, Espejo de las almas sencillas en la que se abarca esta temática. Su autora acabó en la hoguera en París en 1310.)

Espirituales y Fraticeli: Las divisiones en el seno de la orden franciscana se agudizaron tras la muerte de Francisco y sobre todo, con el hermano Elías, que gobernó la orden hasta 1239. Este último personaje encaminó la orden por la senda de la fastuosidad, simbolizada en la construcción de la suntuosa basílica de San Francisco en Asís. Con ello consiguió abrir más la brecha entre los dos grupos de la orden.  Durante la segunda mitad del siglo estas oposiciones se agudizaron y las dos tendencias se constituyeron en facciones enemigas.  Surgen así los Conventuali (conventuales) que aceptaron seguir la regla interpretada y completada por las bulas papales que siguieron atenuando la práctica de la pobreza, mientras que sus adeversarios, los Spirituali (espirituales) sobre todo en Provenza y Fraticelli, principalmente en Italia, se impreganaban cada vez más con las ideas mileniaristas de Joaquín de Fiore y se volvían cada vez más radicales con la austeridad y pobreza. Con ello se fueron alejando de Roma y finalmente fueron delcarados herejes. Aunque los espirituales sobrevivieron hasta fines del siglo XV, se puede decir que la querella franciscana fue zanjada desde 1322 por Juan XXII, alejándose de la postura más radical y por tanto de los espirituales o fraticeli.

La herejía Cátara:
Es la herejía más destacada debido a su extensión e importancia. El término Cátaros (puros en griego) aparece desde el primer concilio de Nicea. Su uso durante la plena y baja Edad Media sirvió para designar a los herejes más peligrosos y temidos de la cristiandad. Para designarlos también se usaron otros términos como albigenses (villa de Albi) o maniqueos. Realmente fue el monje Eckbert de SchÖnau el primero en denunciar la existencia de una secta, a la que califica como “herejes”, en los territorios del Imperio. Asimismo, explica que ellos se autodenominaban Cátaros, que significa puros, ya que decían observar rigurosamente la práctica de la ascesis. La herejía tuvo más éxito en la región del languedoc, al sur de Francia.

Se trata de un cristianismo distinto, en el que se resumen corrientes heréticas antiguas como el maniqueísmo, que llega debido a las influencias orientales de la mano de los bogomilitas y el comercio.
Se caracterizan por el recurso a la vida ascética, la oposición o rechazo a la jerarquía, a los sacramentos y al latín como idioma litúrgico.

Crearon su propia Iglesia y se organizan de forma autónoma, arrogándose el calificativo de la verdadera Iglesia o de los Apóstoles (la otra era denominada como “Iglesia de lobos” debido a su falsedad y a la traición de los principios del evangelio). Se basan en sus propias creencias, sus fieles, sus perfectos y sus obispos. Se dividen en: Oyentes, la mayoría de los participantes escucha las prédicas pero no se une como creyente. Los Creyentes, no reciben el consolamentum, y tampoco tienen exigencias en cuanto a la vida ascética como los perfectos, a quienes deben respetar. Los Perfectos, reciben el consolamentum, pasan a una vida distinta. Son también denominados Boni Homines. Viven de forma doméstica, rechazan el sexo, no comen carne y si pescado. Total abstinencia ante la violencia. Los Perfectos se dividen en Diáconos y Obispos. Estos últimos eran los jerarcas máximos, que después de haber sido nombrados por otros obispos, se encargaban de los asuntos temporales y financieros de la Iglesia. Además, administraban el consolamentum (sacramento de iniciación), presidían las ceremonias y predicaban el evangelio. En sus labores eran ayudados por los diáconos, que asumían tareas episcopales en ausencia del titular de la diócesis y usualmente a la muerte del obispo eran consagrados para reemplazarlos. Se sabe que la Iglesia cátara se organizó en torno a cuatro obispados, siendo cada uno autónomo. El primero fue establecido en Albi, de ahí el calificativo de albigenses.

El consolamentum era impartido por un obispo, un diácono u otro perfecto. Se trataba de una ceremonia en la que el  candidato a perfecto se arrepentía de sus faltas, se comprometía a vivir en castidad, a no comer carnes ni leche, a no mentir ni prestar juramento, a no abandonar la Iglesia, a no blasfemar, no matar y seguir los mandados del evangelio. Si era aceptado, se le bautizaba, confirmaba, perdonaba y ordenaba como clérigo.

Esta nueva Iglesia contaba con un claro  componente dualista que se basaría en las experiencias gnósticas  comunes a distintas sectas del cristianismo, para quienes la redención de Cristo  se había basado fundamentalmente en enseñar  al hombre cómo liberarse  de su componente material (el cuerpo, visto como algo malo) en el que estaría enterrado el componente espiritual (el alma, lo bueno).

Bibliografía utilizada:
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       DAWSON, Christopher, La religión y el origen de la cultura occidental, Madrid, Encuentro, 2010.

-          GARCÍA CORTÁZAR, José Ángel, Cristianismo marginado: rebeldes, excluídos, perseguidos. II. Del año 1000 al 1500, Aguilar del Campoo (Palencia), Fundación Santa María la Real.

-          JIMÉNEZ SÁNCHEZ, Pilar, “El catarismo: nuevas perspectivas sobre sus orígenes y su implantación en la Cristiandad occidental”, Clio y Crimen, nº 1, (2004), pp. 135-163.

-          LE GOFF, Jacques, San Francisco de Asís, Madrid, Akal, 2003.

-      MITRE FERNÁNDEZ, Emilio, Las herejías medievales de Oriente y Occidente, Madrid, Arco Libros, 2000.

-     NIETO SORIA, José Manuel., SANZ SANCHO, Iluminado, La época medieval: Iglesia y Cultura, Madrid, Istmo, 2002.